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«¿O quién le dio a él primero, para que le fuese recompensado?» (Romanos 11:35)

Este pensaiento aparece en el discurso de Dios con Job: «¿Quién me ha dado a mí primero, para que Yo restituya? Todo lo que hay debajo de los cielos es mío» (41:11). El pensamiento expresado forma la base del evangelio. Pablo aquí lo presenta en el contexto de la elección incondicional tanto de judíos como de gentiles. El pensamiento es sencillo. En nuestro mundo estamos acostumbrados a hacer favores para otros y después que nos “deban” un favor. No digo que hagamos favores para que nos deban sino que el pensamiento es casi ineludible. Podemos decir que no nos deben nada, pero igual la persona puede sentir esta deuda. Ahora bien, cuando lo aplicamos a Dios, encontramos que la “deuda” siempre va en una sola dirección. Nadie jamás podría estar en la posición de poder demandar un favor a Dios. Todos hemos recibido de Él todo lo que somos y habiendo recibido todo, encima rebelamos contra Él, desobedecimos su mandamientos y ofendimos a nuestro Creador. Lejos estamos de estar en posición de pedir favores. Pero el evangelio nos dice que podemos tener esperanza contra cualquier esperanza porque Dios intervino. Envió a Cristo para proveer salvación, no para los que la merecen sino para los que se humillan y la aceptan. “¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios!” (33).

Dios no nos debía nada. Pero nosotros ahora sí le debemos nuestro todo. Si doblemente hemos recibido de su mano vida física y espiritual, vivamos esta vida para su gloria. (David Bell)