«Él les dijo: Lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios.» (Lucas 18:27)
Los judíos, como casi todas las culturas, veían las riquezas materiales como señales del favor de Dios. Es por eso que los discípulos estaban tan sorprendidos cuando un joven rico vino a Jesús buscando alguna buena obra para poder heredar al reino y Jesús lo mandó a vender todo lo que tenía. Esta condición para seguir a Jesús le era tan difícil que abandonó, sumergido en tristeza. Para los discípulos, si alguien podría haberse salvado por su propia cuenta, habría sido aquel joven. Pero Jesús le da la vuelta a su mundo, informándoles que incluso los ricos no lo tienen fácil para entrar en el cielo. No hay nadie que tenga enchufe con Dios, para que tenga la entrada al cielo garantizada. La reacción de los discípulos era sorpresa y consternación: ¡si es difícil para los ricos, debe ser imposible para la gente normal! Efectivamente, entrar en el cielo es humanamente hablando imposible. Sería más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja que colar a un pecador en el cielo. Pero todo cambia si la esperanza del pecador no se encuentra en sí mismo sino en Dios, porque lo que es imposible humanamente hablando es perfectamente posible con Dios de tu parte. Si hemos puesto nuestra fe en la obra de Cristo en la cruz en nuestro lugar, Dios ha hecho lo imposible en nuestras vidas: somos herederos del reino.
Por tanto, dejemos todo lo que puede estorbar y distraer para siguir fielmente en pos de Cristo. (David Bell)