«Porque como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta.» (Santiago 2:26)
Tres veces en este corto capítulo, leemos de lo que Santiago describe como una fe muerta (2:17, 20, 26). Para explicar lo que significa una fe muerta, nos da dos ejemplos y después dos ejemplos de una fe viva. El primer ejemplo es una persona que se encuentra con alguien que tiene grandes necesidades físicas, pero sin levantar un dedo para ayudarlo, simplemente le desea el bien. Esa hipocresía ciega es completamente incompatible con la verdadera fe, que actúa con compasión para suplir la necesidad física del momento y también la necesidad espiritual. El siguiente ejemplo es la creencia de los demonios: creen y tiemblan ante Dios. Durante el ministerio terrenal de Jesús, los demonios en varias ocasiones dieron testimonio de su conocimiento de la persona y el propósito del Hijo de Dios. Pero esa creencia no los llevó a dejar su obra maléfica, arrepentidos, para buscar a Dios. En contraste con esa fe muerta o estéril vemos dos ejemplos de una fe viva. Abraham demostró su fe en las promesas de Dios cuando puso a su hijo amado sobre el altar en obediencia a Dios, convencido que Dios lo podría incluso resucitar de entre los muertos. También leemos de Rahab que demostró su fe en Dios al recibir a los espías en su casa. Esa es la fe viva que existe en cada persona que ha experimentado el nuevo nacimiento en Cristo.
Dejemos que el Espíritu Santo manifieste esa vida en nosotros hoy, llenando nuestra vida con la evidencia innegable de una fe viva. (David Bell)