«Y de lo que quedare del aceite que tiene en su mano, pondrá el sacerdote sobre el lóbulo de la oreja derecha del que se purifica, sobre el pulgar de su mano derecha y sobre el pulgar de su pie derecho, encima de la sangre del sacrificio por la culpa.» (Levítico 14:17)
Cuando una persona leprosa en Israel se había curado de su enfermedad, debía venir al sacerdote para participar en un rito de limpieza que consistía en varios sacrificios (14:10-13) pero se culminaba en una ceremonia en que el sacerdote primero aplicaba la sangre y depués el aceite del sacrificio al leproso limpiado, siguiendo los mismos pasos que Moisés había hecho con Aarón (Levítico 8:23). El sacerdote primero metía su dedo en la sangre del sacrificio y después tocaba tres partes del cuerpo del que traía la ofrenda. Aplicaba la sangre a su oreja derecha, a su pulgar derecho de su mano y finalmente al pulgar derecho de su pie. De esta forma simbolizaba la purificación de todo lo que escuchaba, hacía y a dónde iba. Pero el rito tiene un segundo paso. El sacerdote a continuación también tomaba del aceite y volvía a aplicarlo sobre los mismos tres sitios. Si la sangre representa la purificación de lo que escuchaba, hacía y a dónde iba, el aceite representa la dedicación de lo que escuchaba, hacía y a dónde iba. Cristo nos ha limpiado de la lepra espiritual que nos había condenado a la muerte segura. Como resultado de nuestra purificación, debemos consagrar a Dios todo lo percibimos por nuestros sentidos físicos, toda actividad nuestra y todos nuestros planes y caminos.
Escuchemos, hagamos y andemos hoy como personas purificadas y dedicadas a nuestro Redentor. (David Bell)