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«Entonces Acaz envió embajadores a Tiglat-pileser rey de Asiria, diciendo: Yo soy tu siervo y tu hijo; sube, y defiéndeme de mano del rey de Siria, y de mano del rey de Israel, que se han levantado contra mí.» (2 Reyes 16:7)

El rey Acaz no siguió el buen ejemplo de su padre, Uzías. Más bien, nos dice que siguió el ejemplo de los reyes de Israel, incluso llegando a pasar a sus hijos por el fuego. Pero Acaz tuvo una gran crisis durante su reinado. El rey de Damasco en Siria se alió con el rey de Israel y subieron a Jerusalén para tomarla. El texto sencillamente dice que no pudieron tomarla (16:5), pero encontramos más sobre este evento en el libro de Isaías. Dios envió al profeta Isaías con un mensaje para el rey: Guarda, y repósate; no temas, ni se turbe tu corazón (Isaías 7:4). Dios prometió que estos dos reyes no tomarían la ciudad de Jerusalén. Lo único que Acaz tenía que hacer era confiar en Dios. No obstante, el rey rebelde no obedeció a Dios. Tomó el oro que estaba en la casa de Jehová y junto con los tesoros de la casa real, lo envió al rey de Asiria. Prefirió verse como el siervo e hijo del rey de Asiria antes de ser el siervo y el hijo del Dios altísimo. Muchas veces nosotros, igual que Acaz, perdemos la paciencia. En vez de esperar y confiar en Dios, somos capaces de ir corriendo a otros para pedir ayuda. Pero como dijo Dios a Acaz: Si vosotros no creyereis, de cierto no permaneceréis (Isaías 7:9).

Nuestra única esperanza de permanecer firmes en las pruebas de la vida es nuestra confianza en Dios. Somos sus siervos y sus hijos; jamás nos abandonará. (David Bell)