«Mi amado es mío, y yo suya; El apacienta entre lirios.» (Cantares 2:16)
El Cantar de los cantares es una canción poética que exalta el regalo divino del amor, lo que Salomón describe como “la llama de Jah” o Jehová (8:6 ver la Biblia de las Américas). En primer plano, la canción contempla el amor entre Salomón y la sulamita, pero los principios que expone el libro son aplicables también al amor que debemos vivir con Dios. Tres veces a lo largo del libro, la sulamita expresa una simple verdad que es el resultado del amor: la pertenencia mutua (2:15, 6:3 y 7:10). El amor bíblico siempre produce una atracción que provoca una unión. Es precisamente lo primero que vemos del amor entre Adán y Eva en Edén: “Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne” (2:24). Cuando Cristo nos recordó que el mandamiento que mejor resumía toda la Ley era amar a Dios como a nosotros mismos (Mateo 22:37), las implicaciones de ese amor nos llevan en la misma dirección. Si verdaderamente amamos a Dios, debemos llegar también a sentir lo que expresaba la sulamita aquí: Mi amado es mío y yo soy suyo. El amor a Dios debe llevarnos a una entrega total, en que reconocemos que pertenecemos a nuestro Creador y Redentor. Pero lo más precioso es que también debemos sentir que Él es nuestro.
Busquemos amar más y mejor a nuestro Dios, con todo nuestro corazón, alma y fuerzas. El resultado inevitable será que conforme nos entreguemos más al Amado, notemos más su presencia y amor con nosotros en cada situación de esta vida. (David Bell)