«Y habrá allí calzada y camino, y será llamado Camino de Santidad; no pasará inmundo por él, sino que él mismo estará con ellos; el que anduviere en este camino, por torpe que sea, no se extraviará.» (Isaías 35:8)
En este himno de alabanza que cierra esta sección del libro de Isaías, encontramos una descripción poética de la restauración del pueblo de Dios. Describe una transformación de la tierra (35:1-2, 7) y también del pueblo de Dios bajo la imagen de una sanidad de todos los males físicos (35:3-6). Pero lo más importante es notar que Dios no solamente restaura la tierra y el pueblo, sino que cambia su andar. Nos habla aquí de una calzada o un camino. Tal como vino Juan el Bautista para preparar el camino para el Mesías, encontramos el camino que nos dejó Jesús, el Camino de Santidad. Es un camino en que sólo transitan los que son santos y por tanto no se encuentra en él ningún inmundo. Pero la razón no se encuentra en los caminantes, ni tampoco en el camino mismo sino en el que acompaña a los caminantes. Jesús, que es el Camino verdadero de vida, es el que transita con los que andan por ese camino y es la razón por la cual nadie, por torpe que sea, se extraviará de ese Camino de Santidad. Este Camino de Santidad es una descripción poética de lo que significa conocer a Cristo por fe. Es caminar en comunión con Él todos los días de tal forma que estamos siendo transformados diariamente a su imagen, y Él a nuestro lado jamás nos dejará extraviarnos del camino.
Sigamos andando hoy por el Camino de Santidad sin extraviarnos del que anda con nosotros. (David Bell)