«Cuando te tomaron con la mano, te quebraste, y les rompiste todo el hombro; y cuando se apoyaron en ti, te quebraste, y les rompiste sus lomos enteramente.» (Ezequiel 29:7)
Tras denunciar el pecado de las naciones vecinas de Judá (25), Dios dirigió su profeta con un mensaje de juicio contra dos de las naciones más poderosas de su día: Tiro (26-28) y Egipto (29-32). Compara Egipto a un báculo de caña en el cual Israel se había apoyado. No obstante, este báculo se había roto y los fragmentos puntiagudos habían perforado la mano de los que confiaban en ellos. Es interesante notar que es exactamente como los asirios habían advertido a Ezequías y al pueblo de Jerusalén cuando atacaron la ciudad una generación anterior (ver Isaías 36:6). El pueblo de Dios había insistido en confiar en sus aliados mientras abandonaban a su Dios, y ahora, al juzgar Dios a Egipto por sus pecados, el pueblo de Dios sufre la desilusión y el desánimo al ver la destrucción de la nación en quien confiaban. Pero en este mensaje de juicio contra Egipto, debemos escuchar una invitación a confiar en Dios, el único que jamás nos defraudará. Como predicaba el profeta Jeremías: “Maldito el varón que confía en el hombre, y pone carne por su brazo, y su corazón se aparta de Jehová. […] Bendito el varón que confía en Jehová, y cuya confianza es Jehová.” (Jeremías 17:5, 7). Si confiamos en nosotros mismos o en los que nos rodean, tarde o temprano sufriremos el dolor de la traición o la defraudación. Pero si confiamos en nuestro Dios, jamás nos abandonará.
Busquemos confiar más plenamente en Dios hoy en todo lo que hacemos. (David Bell)