Pérgamo era una ciudad donde las prácticas paganas abundaban, y la iglesia en esa ciudad debía destacar por su resistencia a tales prácticas. Juan habla de un cristiano que por su fiel testimonio había perdido la vida. En medio de este ambiente, algunos creyentes habían enfriado, y se habían infiltrado en la iglesia prácticas paganas, incluyendo la participación en banquetes donde se hacían sacrificios a dioses paganos. El Señor los amonesta, animándolos a arrepentirse y apartarse de los que manchaban el nombre de Dios con sus acciones. Dios les daría mucho más de lo que ellos tuvieran que dejar por amor de Cristo. Tenían asegurado el maná escondido, haciendo referencia a la provisión de Dios para su pueblo durante sus años de peregrinación en el desierto. Tendrían además, la bendición de pertenecer a los redimidos de Dios. Esta es la promesa que cada uno de sus hijos tenemos.
La iglesia de Tiatira es alabada por sus buenas obras de amor, fe, servicio y paciencia. Sus obras de amor iban en aumento. Sin embargo, Jesús los amonesta por tolerar actos de idolatría e inmoralidad. Estos, a diferencia de Éfeso, tenían mucha obra social, pero les faltaba la firmeza en la doctrina de la santificación y la separación del mal. Debían ser firmes en su fe, reteniendo sus obras de amor, pero sin descuidar los principios establecidos por Dios, porque a los que permanecieran firmes les esperaba la estrella de la mañana.
A tan solo 48 kilómetros al sureste de Tiatira se encontraba la iglesia de Sardis. Estos cristianos habían descuidado la santificación y el amor, y Jesús los acusa de apatía, de no mostrar señales de vida espiritual. Sólo algunos parecían estar verdaderamente vivos. Es interesante recordar que el Señor Jesús, que sabe todo y ve todo, sabe quién está guardando la fe y quien se está quedando dormido. Les insta a arrepentirse, con la promesa de que Dios confesará el nombre de los que en Él permanecen. Dice el el 3:3, “recuerda lo que has oído y guárdalo.” ¡Qué buena instrucción para cada una de nosotras.
Para la iglesia en Filadelfia Cristo no tiene amonestación. Los alaba por perseverar en la fe, por guardar la Palabra y por honrar Su nombre. Esta no era una iglesia imponente, pero el Señor les dice que aunque tienen poca fuerza, Él mismo los defenderá mostrando a todos que Él los ama. A los que en Él permanecen les espera la corona de vida, un lugar junto al Padre en la nueva Jerusalén, y un nombre nuevo en la preciosa familia de Dios.
Los de la iglesia de Laodicea no reciben alabanza, ya que Cristo los describe como tibios, que ni están dentro, ni están fuera. Se separaban de los pecadores, pero no se les podía identificar como santos. Estaban acomodados en su propia práctica religiosa y no tenían el fuego del Espíritu en sus vidas. Pero Cristo los amaba, y en su amor les dice: “Yo reprendo y castigo a todos los que amo; sé pues celoso y arrepiéntete!” (3:19)
Esto mismo ofrece Cristo a aquellos que estén tibios, a los dormidos, a los que no muestran vida en el Espíritu. Arrepiéntete y ven a Él. Cristo dice: “He aquí yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo.” El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu sigue diciendo a las iglesias.