Una tarea asignada
Al principio del libro de Números vemos a Moisés en el tabernáculo, recibiendo instrucciones de Dios sobre el trayecto que les quedaba para llegar a la tierra prometida. Habían permanecido en Sinaí un año, realizando la construcción del tabernáculo y creciendo como nación. Ahora, en el segundo año, estaban listos para tomar posesión de la tierra. Les faltaba poco para llegar.
Dios le pide que se haga un censo y se cuentan los hombres disponibles para batalla. Ahí es donde nos damos cuenta del inmenso número de personas que viajaban. Números 1:45-46 nos dice que “todos los contados de los hijos de Israel por las casas de sus padres, de veinte años arriba, todos los que podían salir a la guerra en Israel, fueron todos los contados seiscientos tres mil quinientos cincuenta.” Estos eran de doce tribus de Israel:
De la tribu de Rubén, De Simeón, De Judá, De Isacar, De Zabulón, De los hijos de José eran los hijos de Efraín y los de Manasés Los de Benjamín De Dan, De Aser, De Gad, y De Neftalí,
Doce grupos en total.
Pero los de la tribu de Leví no estaban contados en este censo. Dios tenía otra misión para ellos. Nos dice Números 4:(46-48) que “todos los contados de los levitas, desde el de edad de treinta años arriba hasta el de edad de cincuenta años, todos los que entraban para ministrar en el servicio y tener cargo de obra en el tabernáculo de reunión, los contados de ellos fueron ocho mil quinientos ochenta. “Y nos dice que servirían “cada uno según su oficio y según su cargo.”
Aparte del trabajo de sacerdocio, miles de levitas se encargarían de transportar el tabernáculo hasta la llegada a la tierra que Dios tenía para ellos. Debían desmontarlo y montarlo en cada parada que hicieran. Dios estableció que el campamento se formaría con el tabernáculo en el centro, y a cada dirección acamparían las tribus en un orden establecido, tres hacia el norte, tres hacia el sur, tres hacia el este y tres hacia el oeste. Y Dios habitaría en el centro del campamento, así como Dios quiere habitar en el centro de nuestras vidas.
La tarea de los levitas estaba repartida:
Aarón y sus hijos debían cubrir el arca del testimonio y el velo con la cubierta de pieles de tejones. Los hijos de Coat llevarían sobre sus hombros el tabernáculo y los utensilios del santuario. Los hijos de Gerson debían transportar las cortinas y cubiertas de tejones Los hijos de Merari llevarían las tablas, columnas y palos.
Todos participarían en desmontar, transportar y volver a montar el tabernáculo. No era algo que podrían tomar a la ligera. Recordemos que la gloria del Señor llenaba ese tabernáculo. Es por eso que se dan advertencias a los escogidos para hacer la tarea en un estado de pureza.
Y se nos dice “hicieron los hijos de Israel conforme a todas las cosas que mandó Jehová a Moisés; así lo hicieron.”
Una vez más, no podemos extrapolar la situación del pueblo de Israel a la nuestra aquí en el tiempo y lugar donde vivimos. Estas ocupaciones y leyes de consagración eran para la nación, y algunas solo para ese momento en la historia. Pero podemos quedarnos con algunos principios que salen a relucir en el texto. Me llaman la atención varias cosas:
¿Te das cuenta que estos hombres levitas no eligieron su posición? Imagínate, si eras hombre y nacías en la familia de los levitas, como parte de tu identidad, servirías entre los 30 y 50 años de edad de esta forma. Veinte años de tu vida estarían dedicados a servir de este modo, con toda la responsabilidad que esto conllevaba. Me hace pensar en situaciones en nuestra vida que recibimos cuando no las buscábamos, y las tenemos para un tiempo determinado. Pienso en responsabilidades de cuidado de enfermos en la familia, cuidado de ancianos que nos necesitan, o el tener el cuidado de tus preciosos hijos. El aceptar estas tareas “asignadas” con determinación y buena actitud nos ayuda a llevar a cabo los trabajos con éxito y satisfacción.
Otro detalle que me llama la atención es que nadie que no cumplía estos requisitos podía realizar esta tarea. En un momento en la sociedad en que se estila querer hacer justo lo que está diseñado para otro, me refresca ver que Dios no sigue este juego. Había trabajo para todos; siempre lo hay. No es que defendamos el conformismo, pero sí la aceptación de situaciones específicas y a veces de límites que nos impiden realizar algunas actividades. Uno puede amargarse por aquello que no puede hacer, o puede elegir desarrollar sus habilidades al máximo en las circunstancias en las que se encuentre y disfrutar de ver que otros también llegan a desarrollar las suyas. Hay más gozo en buscar la cooperación que en hundirnos en la frustración.
¿Tienes raíces de amargura por algo que en estos momentos no puedes hacer? ¿Te sientes limitada por alguna condición física o alguna situación? Quizás tu problema sea diferente: ¿Estás en una situación en la que te sientes insatisfecha pero sabes que estás haciendo lo correcto?
Claro está que no hablo de situaciones ilegales ni de abuso. Las autoridades y leyes están para protegernos de situaciones así y deberíamos buscar ayuda si ese es el caso.
Me refiero a lo mencionado anteriormente, a estos momentos en los que en lugar de realizar tus sueños, es momento de dedicar tu tiempo a otros. Los levitas dedicaban veinte años de sus vidas al servicio del tabernáculo; tú quizás menos. Pero te animo a hacer tu tarea con gozo.
El apóstol Pablo lo explicó así en la carta a los Colosenses 3:23-24 “Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres; sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís.”
¿Quieres una herencia que no se desvanece? Dios no olvida aquello hecho en Su nombre; ni siquiera un vaso de agua dado en tiempo de necesidad. Haz tu trabajo hoy como para el Señor, y confía en su cuidado.