Siempre creemos que podemos contener a los difuntos y sus almas en los espacios que creamos para tal situación: las criptas, las urnas que contienen sus cenizas, incluso las tumbas que refugian sus huesos en los panteones de nuestras ciudades.
No es así, y a Gilberto el darse cuenta de dicha realidad le costó la vida, al darse cuenta de que transportó en su taxi al alma de una mujer que había fallecido el año pasado.