Una leyenda de inicios del siglo XVII, donde Román y Margarita, hijos de don Tomás de Avellaneda, eran la cara y la cruz de la decencia y las buenas costumbres. A los ojos de todos, Román era un crápula y Margarita un dechado de virtudes. La realidad era muy distinta, cosa que le costó la vida a ambos.