Filiberto, oriundo de la Huasteca Potosina, pronto cambió su oficio de militar y maestro de catecismo, karate y zumba por el de un asesino de mujeres y niñas.
Mientras la desaparición de niñas se daba a cuentagotas en el encantador pueblo de Tamuin, en San Luis Potosí, Filiberto disfrazaba su terrible apetito asesino con sus clases diarias de karate y catecismo. El monstruo que llevaba adentro, despertaba año con año.