El Padre Prudencio fue un capellán muy celoso de su deber. No solo atendía las necesidades espirituales de sus feligreses en el templo del Calvario, en su natal León Guanajuato; también salía por las noches para ir a correr a los borrachines de las cantinas, y evitar que dilapidaran su salario en pulque y tequila. Incluso, después de muerto, su caballo continuó con esa labor. Cuentan las consejas de la ciudad.