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HERRAMIENTAS PARA EL ANÁLISIS DE LA POÉTICA DE DOLINA Por cierto que esas afirmaciones están, como mucha de la obra de Dolina, atravesada transversalmente por el humor, y en este ensayo hemos tomado la decisión de mantener ese aspecto. Sostenemos que ceder ante el prejuicio académico de esterilizar e impersonalizar la prosa no nos serviría para transmitir la riqueza polisémica del universo poético de Dolina. Por lo anterior, cuando el texto así lo requiera, recurriremos a utilizar – iterativamente – algunos de los recursos dolineanos como ayuda de graficación. Cayendo en una petición de principio ineludible, es importante partir de la siguiente hipótesis: Alejandro Dolina es uno de los últimos hombres completos, y su Cultura[1]abarca desde la música (composición y ejecución) hasta la filosofía y la literatura, en las que domina tanto la escritura como la lectura[2]. Las reflexiones de Dolina generaron seguidores de tipo “fan” ya desde las épocas juveniles, en las que escribía su legendaria columna en la revista “Hum(r)”. Por si esto fuera poco, su convocatoria lo hace claramente el hombre de radio más importante de ambas márgenes del Plata (y, más recientemente, del Atlántico) y en un derroche de hybris, además es un – dicen – excelente (y temperamental) jugador de fútbol. Dado lo anterior, y en aras de hacer abarcable el presente proyecto, relegaremos el análisis del aspecto de músico y compositor de Dolina (ya que no nos consideramos la persona idónea para hacerlo) y nos concentraremos en tres de los otros aspectos fundamentales de su arte: el filósofo, el escritor y el hombre de radio. [1] Al modo del Prof. Jorge Bosch en su obra “Cultura y Contracultura”, y dado que el propio Dolina utiliza el concepto, notaremos con mayúscula, “Cultura” al referirnos al concepto clásico de referirnos al cultivo de los bienes espirituales (arte, ciencia, filosofía) y con minúscula, “cultura” al hacer lo propio con el antropológico, que refiere a las características transmisibles comunes de un grupo. [2] Quizás sea pleonástico, pero Dolina ha dicho, y es una verdad autoevidente, que ser un buen escritor tiene como condición necesaria pero no suficiente, la de ser un buen lector.