El conflicto venía de bastante atrás, Moscú se había anexionado en 2014 la Península de Crimea y pretendia hacer lo mismo con las regiones de Donetsk y Lugansk que habían proclamado su independencia. EEUU y la UE avisaban desde hacía semanas de una invasión rusa que a todos los demás nos parecía increíble en el siglo XXI. Pero llegó el 24 de febrero de 2022 y las sirenas antiaéreas sonaron en Ucrania. Comenzaba la invasión y la guerra, aunque el Kremlin siempre la llamó operación militar especial cuyo objetivo -decía- era desnazificar el territorio y proteger a los habitantes prorrusos del este. Moscú pensaba que lograr sus objetivos era cosa de días, semanas, pero no más. Y entonces el mundo conoció a Volodimir Zelenski. La guerra, que parecía pan comido para Rusia se alargó. El ejército de Putin comenzó a retroceder dejando al descubierto el horror que acompaña a una confrontación bélica: fosas comunes, civiles muertos y ciudades destruídas. En la memoria de todos nombres como Mariúpol o Bucha, simbolos de la resistencia y la barbarie.