Por supuesto, todos los espectadores vitoreaban al general victorioso mientras marchaba triunfalmente por Roma, y lo alababan tanto que siempre existía el riesgo de que acabara subiéndosele a la cabeza.
Para evitar que fuera engreído, se subía a un esclavo justo detrás. Este esclavo llevaba sus usuales ropas humildes, y su labor era inclinarse de vez en cuando y susurrarle al oído al general victorioso: «Recuerda que no eres sino un hombre».
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Fuente: «La historia de los romanos», de Hélène Adeline Guerber, disponible en https://academialatin.com/cultura-romana/historia-romanos-guerber/