Roma quedó destruida, excepto el Capitolio, donde el pequeño ejército estaba atrincherado tras las enormes murallas construidas hacía tiempo por Tarquino. Aquella fortaleza estaba situada en lo alto del monte Capitolino, de modo que los galos no podían tomarla fácilmente.
Cada vez que trataban de escalar las escarpadas laderas, los romanos les daban un baño de flechas y piedras, y día tras día los galos permanecieron en su campamento al pie del Capitolio a la espera de que los romanos, acuciados por la falta de comida, se rindieran.
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Fuente: «La historia de los romanos», de Hélène Adeline Guerber, disponible en https://academialatin.com/cultura-romana/historia-romanos-guerber/