Como Pompeyo se había llevado todo el mérito de la victoria sobre los esclavos, es fácil suponer que Craso no le tenía en mucha estima. Los dos eran hombres muy ambiciosos, y ambos se esforzaban por ganarse la simpatía de los romanos. Sin embargo, lo hacían de formas diferentes, pues Pompeyo trataba de comprar su afecto por medio de sus victorias, mientras que Craso lo hacía gastando su dinero muy pródigamente.
Craso era un hombre muy rico. Daba magníficos banquetes, y se dice que había invitado a los romanos a lo largo de diez mil mesas públicas, todas muy bien provistas. También hacía generosos regalos de grano a todos los pobres y les daba comida para varios meses.
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Fuente: «La historia de los romanos», de Hélène Adeline Guerber, disponible en https://academialatin.com/cultura-romana/historia-romanos-guerber/