Merlín, el niño prodigioso, creció hasta hacerse un joven apuesto, pero nadie lo comprendía, y de hecho bastantes le tenían miedo. No es que hiciera jamás nada malo o cruel, pero a menudo empezaba a reírse a carcajadas sin ninguna razón aparente. A veces desaparecía durante una o dos semanas, y se rumoreaba que solía atrapar ciervos para montar en ellos, y que entonces las ciervas y sus crías lo seguían a él, de modo que parecía que las manadas de ciervos volaban por los calveros de los bosques.
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