Ahí está tu libro. Descansa plácido sobre la mesa, sobre el anaquel o sobre la cama. Conserva ese aire de suficiencia que sólo tienen las cosas que se saben poseedoras de una virtud especial. Lo miras desde la distancia. Te le acercas. Lo tomas entre las manos. Quizás esté frío; sin embargo, siéntelo. Y como si se tratara de tu gato o de tu mascota, comienza por acariciarle el lomo; poco a poco. Ahora, percíbelo como si fuese una parte tuya; una extensión de tu cuerpo. Y ya en este punto, repara en sus detalles: la dureza de su cubierta, el diseño de su portada. Abre su tapa, siente el aroma de su interior; y haciendo a un lado todo prejuicio, sutilmente pregúntale: ¿Qué tienes para contarme?