El día de la raza
Y llegaron desde el mar
los Rodríguez, los Fernández,
los López y los Guerreros,
los Juanes, los Alonsos y los Pedros.
Extremeños de bolsillos rotos,
asturianos de frente sudada
y gallegos de cielo y fermento.
Llegaron con la cruz y la espada,
en un viaje de sólo ida y sin regreso.
Llegaron sembrando fe y muerte,
destruyendo y construyendo
iglesias, palacios y cárceles,
buscando tesoros sin nombre,
escarbando la tierra
para arrancarle del vientre
diamantes de luz negros.
Llegaron sedientos de metales,
de piedra, de plata y de oro
y no vieron al hombre,
a la mujer ni a los niños,
vieron sólo sus sueños febriles,
sus ambiciones ciegas,
sus delirios de conquistadores
y un espacio interminable, fértil y nuevo.
Llegaron a caballo y con el fuego
a matar y esclavizar,
a herir y a violar un pueblo milenario,
hijos de las rocas, de los ríos,
de las montañas y el viento.
Y así, con las manos vacías,
apoyados a sus lanzas y con corazas de hierro,
llegaron al Sur, atravesaron el desierto
y entraron a Arauco sin saberlo.
La tierra se hizo dura, se hizo negra,
se hizo sangre y rabia y todo tembló,
el horizonte se llenó de gritos
y en esta tierra nueva, prohibida,
encontraron a los hombres de acero.
Los combatientes eternos
y fueron tres siglos de lucha,
de guerra y de muerte,
De malones y de ataques
y en sus orejas sonaron golpes de cultrún
voces oscuras y nombres nuevos,
Lautaro, Galvarino y Caupolicán,
el toqui del silencio, que lanza en mano,
les hizo volver atrás y poner los ojos en el cielo
y América volvió a ser América
entre gritos de guerra y alaridos de infierno.