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La vida siempre nos da regalos maravillosos, regalos que quizás a veces no necesitamos presumir, que solo conocemos nosotros, pequeños obsequios que se enredan en el corazón y que poco a poco alimentan el alma. Regalos que tienen nombre propio, que sonríen contigo y lloran a tu lado, de esos que no les importa recorrer el doble de millas con tal de verte feliz, como el regalo de la sinceridad o el amor incondicional de esa persona a la cual le alegras el día con solo verte. Sin embargo, heredamos la mala costumbre del conformismo, y esto ocurre cuando damos por hecho ese regalo, ya sabemos que está allí, ya sabemos que es nuestro y, por ende, ya no genera la misma emoción. Dejamos que se llene de polvo, y eso generalmente ocasiona que se oculte su brillo y termine por parecernos un regalo común, a riesgo de que quizás algún día ya no esté o no funcione como la última vez. Eso podríamos permitirlo con algo material, pero no con un ser querido, con un buen amigo y mucho menos con el amor que alguien siente por ti, porque como te dije, es un regalo que la vida te dio, pero solo de ti depende cuidarlo y mantener vivo su valor, porque muy en el fondo sabes que en esos momentos difíciles de la vida, puedes ir a ese regalo y refugiarte en él. Hoy te invito a que busques la manera de darle brillo a ese regalo que la vida te dio, y de alguna manera sencilla, demuestres que ese regalo tiene un valor especial para ti.