En el valle del Deza, en un rincón escondido entre exuberantes árboles y coloridas flores, crecía una planta muy especial. Esta planta, a diferencia de las demás, tenía hojas grandes y anchas que se asemejaban notablemente a las orejas de un elefante. A medida que el sol se filtraba entre las ramas y acariciaba suavemente la tierra, la planta se erguía con orgullo, luciendo sus "orejas" con gracia y majestuosidad. Un día, mientras la planta se mecía suavemente con la brisa del valle, un espejo caído de un carrito de mercado rodó hasta sus raíces. La planta, intrigada por su reflejo, se acercó cautelosamente al espejo y se miró fijamente. Al ver sus hojas que se asemejaban a las orejas de un elefante, algo mágico sucedió en su interior. Convencida de que era un elefante, la planta comenzó a comportarse como tal. Sacudía sus hojas de manera similar a como un elefante agitaría sus orejas para ahuyentar los insectos. Se balanceaba de un lado a otro, imitando los pasos lentos y majestuosos de un elefante en la sabana africana. Incluso empezó a emitir sonidos guturales, tratando de imitar el rugido profundo de un elefante. Los otros habitantes del valle, desde las aves hasta los insectos, observaban con asombro la transformación de la planta en un elefante. Algunos se burlaban de ella, mientras que otros la admiraban por su valentía y determinación para ser lo que creía ser. Con el tiempo, la planta continuó su vida como elefante, explorando el valle del Deza con curiosidad y maravilla. Se hizo amiga de los animales que habitaban la zona, compartiendo historias y aventuras bajo el resplandor de la luna. Sin embargo, un día, una tormenta feroz azotó el valle, trayendo consigo vientos huracanados y relámpagos amenazantes. La planta, a pesar de su valentía, no pudo resistir la fuerza de la naturaleza y fue derribada por el vendaval. Cuando la tormenta finalmente pasó y el sol volvió a brillar sobre el valle del Deza, los habitantes encontraron a la planta caída entre los escombros. Aunque sus hojas estaban desgarradas y su tallo doblado, seguía aferrándose a su creencia de ser un elefante. Con ternura y respeto, los habitantes del valle levantaron a la planta y la cuidaron con amor y dedicación. Reconocieron su valentía y determinación para ser quien quería ser, y en honor a su espíritu, plantaron más semillas de plantas con "orejas de elefante" en todo el valle. Y así, la historia de la planta que creía ser un elefante se convirtió en una leyenda en el valle del Deza, recordando a todos que la verdadera belleza radica en la aceptación de uno mismo y en la valentía para seguir nuestros sueños, sin importar lo que otros puedan pensar.JOSÉ PARDAL