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La mansedumbre no es debilidad, sino un poder bajo control, pues demanda fuerza sometida a la voluntad de Dios. Es parte del fruto del Espíritu Santo que nos invita a ser humildes y pacientes, no solo con los demás, sino también con nosotros mismos. Al dejar que el Espíritu Santo nos guíe, encontramos la paz para responder con amor en lugar de ira, para ser suaves en medio de las dificultades y reflejar la gracia de Dios en cada acción. En un mundo que a menudo premia la fuerza y la competencia, la mansedumbre nos recuerda que la verdadera fortaleza proviene de ser pacientes, humildes y confiar en el plan divino. Permite que el Espíritu Santo cultive esta virtud en tu vida y transforma tu corazón. 🌿✨