El 13 de mayo, el papa Francisco recibió en audiencia al presidente de Ucrania, Volodimir Zelensky. Era la primera vez que se veían las caras después de la invasión rusa. El mero hecho de que se hayan sentado a conversar es, en sí mismo, una oportunidad. Visibiliza el esfuerzo del Pontífice y de toda la Iglesia para salir al rescate de la «martirizada Ucrania» y permite vislumbrar una paz que, hoy por hoy, parece difusa. El presidente ucraniano expuso públicamente que descarta cualquier mediación vaticana; una reacción que se justifica por la brutalidad de un agresor que ha buscado anexionarse un territorio desde la aniquilación propia de una violencia extrema.