Desde que los religiosos camilos abrieran su primer Centro de Escucha en 1997, la iniciativa se ha multiplicado con el paso del tiempo, un síntoma de lo necesaria que es el «Apostolado de la Oreja», como lo llama el papa Francisco. En un mundo que despersonaliza, aísla y excluye, los sufrimientos se multiplican y faltan espacios donde la escucha pueda intervenir de manera positiva en la sanación de heridas emocionales profundas o enquistadas. La presencia de la Iglesia, a través de estos Centros de Escucha, resulta tan profética como provocativa. El ser humano, tan pagado de sí mismo por medio de la ciencia y la técnica, sigue necesitando el tiempo y espacio adecuados para sobreponerse a diferentes tipos de duelo.