La presencia cristiana en Palestina, cuna misma del cristianismo, se encuentra hoy en una situación crítica. En lugares como Jerusalén, Belén o Gaza, quienes mantienen viva esta fe lo hacen en medio de la adversidad, con el temor constante a la violencia y al desarraigo. En Gaza, la comunidad cristiana apenas supera unas pocas centenas de personas, cuando décadas atrás eran varios miles. Muchos se han visto obligados a emigrar por la guerra y la falta de perspectivas de futuro, pero quienes permanecen lo hacen con la convicción de que su misión es custodiar los lugares santos y sostener la memoria viva de la fe en Tierra Santa. Esa fidelidad se acompaña de un sentimiento de desprotección y de un grito por justicia: no se trata de religiones enfrentadas, sino de pueblos enteros sometidos a dinámicas de violencia y exclusión. Los testimonios de quienes viven allí muestran una resistencia marcada por la oración, el dolor y la esperanza de que algún día pueda alcanzarse una paz verdadera, basada en el respeto a los derechos de todos. En medio de las bombas y del éxodo, su presencia es símbolo de fraternidad y de la necesidad urgente de reconciliación en una tierra que no debería perder su diversidad.