Cristiano era un hombre conocido por su pasión y dedicación. Su vida giraba en torno a los pequeños detalles: el aroma del café recién molido en su pequeña cafetería en Lisboa, el tintineo de las campanas en la puerta cuando un cliente entraba, y las vistas al río Tajo que iluminaban cada atardecer. Cristiano tenía un alma romántica, pero con una vida tan ocupada, el amor parecía una ilusión lejana.