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Dios y Yo Hebreos 13:8 Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos. Jesucristo como el Verbo encarnado tiene principio, pero Jesucristo como el Hijo de Dios es eterno. Esta declaración puede crear mucha controversia en el mundo religioso de hoy, porque no aceptan a Jesús como Dios. El pasaje de hoy nos aclara que Jesús mismo es Dios, porque él, como el Verbo encarnado, tiene principio allá en Belén de Judea. Jesús, el Hijo de Dios, se encarnó, se hizo hombre, se humanó para darnos salvación. Pero Jesús, como el Hijo de Dios, como la segunda persona de la Trinidad, no tiene principio ni fin. El escritor bíblico lo dice ahora, porque Jesucristo es el mismo ayer, hoy y por los siglos. Esto se refiere específicamente a la Deidad de Jesucristo, pero también a su eternidad, sin principio ni fin. Esa es una de las doctrinas fundamentales del cristianismo. Cuando nosotros negamos esta doctrina, estamos negando el centro mismo de ella: Jesús es Dios. Estimado lector o escucha, quizás esta doctrina le parezca un poco confusa, pero permítame tratar de explicársela. Es una doctrina de fe, que quizás no tiene que entenderse a cabalidad, y no podamos comprender todas sus partes, pero sí creerla. En una ocasión, el apóstol Pablo, en la carta a los Romanos, les dice: "Que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo." (Romanos 10:9). Efectivamente, la base de nuestra salvación está en creer que Jesús es Dios. Es importante que comprendamos que la salvación depende de la naturaleza de nuestro Salvador. No es cualquier Salvador, es el Hijo de Dios, es Dios mismo. Estimado lector o escucha, quizás en esta oportunidad usted no pueda comprender en su totalidad esta doctrina, pero sí puede creerla, de la misma manera que no puede comprender la composición del oxígeno que nos mantiene con vida, pero sin él no podemos seguir viviendo. De esta forma, aunque no podamos comprender en su totalidad la Deidad de Jesucristo y su eternidad, sí debemos creerla y aceptarlo en nuestro corazón como nuestro Salvador. El resto está en sus manos, y él se encargará de darnos la salvación. Es importante que comprendamos lo que el escritor bíblico nos dice hoy: Jesucristo es el mismo ayer, hoy y por los siglos. No solo habla de su naturaleza, sino también de su bondad y de su amor por nosotros. Es fundamental que abracemos a este Salvador tan maravilloso como lo es Jesucristo y, aunque no comprendamos su naturaleza de manera explícita, confiémosle nuestra vida al único Salvador, que es Jesús. Gracias a su naturaleza, nosotros podemos ser salvos. Por ello, abracemos con nuestro corazón la eternidad de Jesucristo. Que Dios les bendiga, amados hermanos. Pastores Marroquín